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Nota – Reproducimos a continuación el documento publicado en el periódico del Partido Comunista Revolucionario (PCR-RCP) de Canadá “Partisan” de 30 de marzo 2014 titulado “¡El Partido Comunista debe dirigir la guerra revolucionaria en los países imperialistas!”, elaborado en Enero de 2000 por la organización canadiense Action Socialiste (Acción Socialista) -la antecesora del PCR-RCP de Canadá- y que fue publicado originalmente en el nº 5 del periódico “Socialisme Maintenant!”, documento que, dada su importancia por referirse a la revolución proletaria en los países capitalistas avanzados e imperialistas – como también es el caso de España-, hemos extraído de su web http://www.pcr-rcp.ca/en/ y que Gran Marcha Hacia el Comunismo hemos traducido al español:
¡EL PARTIDO COMUNISTA DEBE DIRIGIR LA GUERRA REVOLUCIONARIA EN LOS PAÍSES IMPERIALISTAS!
Como comunistas en Canadá, una de nuestras tareas más importantes en los próximos años será restaurar la consistencia necesaria –forjando la unidad necesaria que debe existir entre el contenido revolucionario y la actividad revolucionaria- entre afirmación y acción, entre lo que se dice y lo que se hace, que están disociados muchas veces. Tal falta de consistencia es más evidente en la cuestión de la lucha armada y la guerra revolucionaria.
El resultado más pernicioso de la larga tradición reformista en el movimiento obrero internacional es que ha logrado disolver esta unidad, incluso entre aquellos que pretenden criticar y luchar contra el reformismo y el revisionismo. La influencia, fortaleza y ascendencia del reformismo (y el revisionismo), no se mide solamente a través de los altibajos de sus propios avatares organizativos (partidos, uniones, gobiernos), sino por el poder de la censura política impuesta al conjunto del movimiento obrero. Todos estos problemas hacen difícil a los revolucionarios imaginar la posibilidad de una auténtica emancipación más allá de los confines de la disciplina impuesta por los Estados imperialistas y democráticoburgueses.
Una disciplina tal es impuesta por la democracia burguesa –el marco en que funciona la lucha legal de realizar y conquistar demandas (principalmente económicas y sindicales)-, las elecciones parlamentarias, al igual que las libertades políticas generales concedidas al movimiento obrero a cambio del desarme completo del proletariado y sus organizaciones.
El reformismo tiende a generar e imponer críticos sobre aquellos oponentes y adversarios que se oponen a la disciplina de la democracia burguesa. Esto es lo que explica la virulencia de la lucha del Partido Comunista Italiano contra las Brigadas Rojas en los comienzos de los años 80. Las Brigadas Rojas desafiaron la disciplina y el orden político y se dirigieron al proletariado italiano a través de una perspectiva práctica (que contenía también su parte de debilidades y errores) de una “lucha comunista emancipada”.
Los críticos revisionistas no podían tolerar una violación tal en la disciplina impuesta por la democracia burguesa. De hecho, parte del proletariado italiano rehusó ser colocado tras esta estrecha disciplina impuesta por todas las corrientes, todas las fracciones y todas las variantes del reformismo que vieron esta grieta como una amenaza. El Partido Comunista Italiano desarrolló entonces una forma extrema de las posiciones revisionistas antimarxistas: “El objetivo que debe perseguirse con vigor y tenacidad es el aislamiento político, cultural, moral de la subversión, de la violencia, de las acciones de comando y de la crítica de las armas.” (1) De manera similar, y siguiendo la lógica del Estado, el mismo partido argumenta: “La relación entre la clase obrera y el Estado, nacida de la resistencia, nunca se ha basado en la oposición entre ambos, o en la voluntad de destruirlo, ni siquiera durante los peores períodos de la represión.” (2). Por tanto, en momentos cruciales, el revisionismo y todas las formas de socialismo edulcorado, se colocan íntegramente del lado del Estado burgués. Se hacen disciplinados. Aquí, debemos recordar inmediatamente el ejemplo de la socialdemocracia europea durante la Primera Guerra Mundial y la gran lucha de Lenin en pro de la resistencia comunista y la guerra civil contra el compromiso chovinista emergente y el socialismo proimperialista.
El efecto del revisionismo histórico no sólo simplemente resta significado al comunismo –pervirtiendo sus principios, objetivos y los medios para embarcarse en un proyecto liberador- sino que atrae a la mayoría de los comunistas revolucionarios que se manifiestan opositores al revisionismo a la órbita disciplinaria del Estado burgués.
Así, no debemos quedarnos satisfechos simplemente con una crítica general del revisionismo. Debemos examinar nuestras propias actividades y hacernos la siguiente pregunta: ¿es posible que sigamos viéndonos afectados, pese a nuestras críticas, por algunas de las concepciones más insidiosas del revisionismo, incluidas sus concepciones relativas a nuestra relación con el Estado burgués imperialista y la disciplina que éste impone? Después de todo, ¿cómo sino podemos explicar la persistencia de una tenaz y vaga concepción de la lucha que continúa dividiendo nuestras actividades en dos fases y trata esta división como el camino para la revolución en los países imperialistas: primero una larga lucha legal, y segundo un periodo de lucha armada (la teoría de la insurrección)?
No podemos quedar satisfechos con una imagen de la lucha que, desde su punto de partida, derrota, disocia y desarticula la actividad legal e ilegal del Partido Revolucionario y somete la última a la primera, empobreciendo así nuestro conocimiento de la estrategia de la revolución armada. Afirmando, por ejemplo, que las condiciones que prevalecen en los países capitalistas avanzados “requieren una lucha legal prolongada que preceda a la revolución armada” (3) no proporciona una clara solución (no produce nada útil para la lucha sistemática) sino, todo lo contrario, establece, con su formalidad vacía, una amplia pantalla política y anticuada tras la cual muchas ideas vagas –y muchos conceptos erróneos- pueden ocultarse fácilmente y continuar su efecto desorganizador.
Por el contrario, debemos seguir el ejemplo de Lenin que reprochó a aquellos en su propio partido que condenaban la guerra de guerrillas, argumentando que estaban muy lejos del marxismo: “Me duele esta degradación de la doctrina más revolucionaria del mundo”. (4)
El hecho es que 150 años de marxismo –incluyendo toda su vitalidad, su energía, su inteligencia y recursos- deberían haber sido orientados en una dirección prácticamente única: resolver la cuestión de la revolución proletaria. Especialmente desde que, en 1848, Marx y Engels concluyeron su manifiesto fundador admitiendo abiertamente este hecho claro: “[los comunistas] declaran abiertamente que sus objetivos sólo pueden lograrse por medio del derrocamiento de todas las condiciones sociales existentes”. Por tanto, la cuestión de la revolución proletaria no es un aspecto puramente decorativo, no una cuestión subsidiaria que dejemos al azar o la improvisación.
Entonces, ¿cómo podemos aceptar que en los países capitalistas avanzados la cuestión de la revolución proletaria, es decir, la línea estratégica de la revolución, se ha convertido en el aspecto más poco desarrollado del marxismo-leninismo, su aspecto menos creativo, menos productivo?
Marx y Engels – que se sumergieron en los acontecimientos de la revolución burguesa en Europa con un espíritu desafiante y combativo- sacaron a la luz, en una serie de textos que se hicieron famosos (Intervención del Comité Central a la Liga de los Comunistas, La Lucha de Clases en Francia, Revolución y Contrarrevolución en Alemania), la función educativa, maduración y aceleración planteadas a todas las clases revolucionarias, incluido el naciente proletariado, sobre la participación directa en las luchas, alzamientos e insurrecciones revolucionarias. Fue Engels quien escribió:
“Es este rápido y ardiente desarrollo del antagonismo de clases lo que, en los viejos y complicados organismos sociales, convierte a una revolución en un agente tan poderoso del progreso social y político; es esta incesante rápido brote de nuevos partidos que se suceden uno al otro en el poder, lo que, durante esas violentas conmociones, hace a una nación atravesar en cinco años más terreno que lo habría hecho en un siglo bajo circunstancias ordinarias.” (5) En la misma serie, Engels escribió su famoso pasaje sobre las reglas de la insurrección en la revolución.
Al mismo tiempo, mientras estaba directamente involucrado en estas luchas, Engels deja claro que la disposición de clases en Francia, Alemania y otros lugares de Europa en esa época es aquella que corresponde a la revolución burguesa; él es lo suficientemente ingenioso para reconocer que las luchas insurreccionales de 1848 no son más que la traducción militar de la misma disposición política de las clases en el contexto e la revolución burguesa. En 1852, solamente tres años después del Manifiesto, Engels escribió:
“Por tanto la guerra moderna presupone la emancipación de la burguesía y los campesinos; es la expresión militar de esta emancipación. La emancipación del proletariado, también, tendrá su particular expresión militar, dará lugar a un específico y nuevo método de guerra. Cela est clair. Incluso ya es posible determinar el tipo de base material que tendrá esta nueva guerra”. (6)
¡Lo mínimo que podemos decir es que la audacia revolucionaria proporciona claridad! En 1848, el Manifiesto advierte que el comunismo sólo puede conquistarse por medio del derrocamiento por la fuerza de todo el orden social existente. Entonces, observando y actuando en la revolución burguesa, Marx y Engels este punto fundamental que merece ser resaltado: “La emancipación del proletariado tendrá también una expresión militar especial y un nuevo método específico de desarrollar la guerra”. ¿Nos hemos quedado ahí? La cuestión es central.
Algunos, al menos, han permanecido estáticos. Arrastrados a una larga deriva legalista, muchos supuestamente partidos comunistas ignoran simplemente los medios y las formas de la lucha revolucionaria en los países capitalistas avanzados. El revisionismo respaldó literalmente la fusión del movimiento obrero con la democracia burguesa en los países imperialistas; mantuvo y mantiene aún el mismo tipo de oportunismo en el centro mismo del movimiento obrero.
Lenin definió el oportunismo de la siguiente forma: “El oportunismo significa sacrificar los intereses fundamentales de las masas a los intereses temporales de una minoría insignificante de trabajadores o, en otras palabras, una alianza entre un sector de los obreros y la burguesía, dirigida contra la masa del proletariado”. (7)
En el mundo, en todos los continentes, la lucha entre revolución y contrarrevolución adoptó la forma de una lucha entre el marxismo-leninismo y el revisionismo/oportunismo. Esta lucha ideológica, política y militar sacudió al proletariado y a las masas oprimidas. La clase obrera tuvo que retroceder. La burguesía ha incrementado su sistema de explotación; se ha apropiado de la existencia misma de los proletarios, de sus vidas, su salud, sus derechos y libertades políticas. Naciones enteras se han visto encadenadas, con el imperialismo gozando aún de la apestosa oportunidad para aumentar la miseria de las masas hasta distintos grados y en proporciones vertiginosas.
A nivel político, el revisionismo y el oportunismo han hecho todo lo posible para excluir al marxismo del movimiento obrero. Organizaciones, frente de lucha y partidos fueron liquidados, prefiriendo el oportunismo dejar la tarea de la educación política del proletariado a la burguesía y su Estado.
El crecimiento continuo del revisionismo ha resultado en tendencia que reconcilia el movimiento obrero con la democracia burguesa. Esta puede ahora, sin problema alguno, persistir con la disciplina impuesta por el Estado burgués, que renueva y regenera constantemente, acelerando así la disolución del proletariado como una clase políticamente consciente dentro de la democracia burguesa. De hecho, el pacifismo, el legalismo, el parlamentarismo, el sindicalismo burgués y el nacionalismo se unen para servir los intereses imperialistas de la gran burguesía –todos están dedicados a servir a los intereses imperialistas de la gran burguesía –todos están dedicados a esta “unidad” que es completamente ajena al marxismo.
En los países imperialistas, el proletariado paga el precio político de su incorporación dentro de los confines de la democracia burguesa. El nivel de organización es bajo; el conocimiento de los modos y formas de la lucha de clases es muy deficiente. En general, este proletariado carece de preparación, o tiene una preparación muy pobre, para los enfrentamientos y batallas que han de venir.
Lenin en particular nunca buscó evadir el gran peso impuesto por el oportunismo; por el contrario, lo convirtió en su objetivo. Por encima de todo, buscó explicar, a un nivel teórico, al oportunismo como la principal corriente del movimiento obrero en el periodo histórico del imperialismo y sus relaciones de clase prevalecientes. (8)
Sobre este punto, Lenin nos dejó una de las ideas comunistas más sólidas de todas, una verdad perspicaz que todo comunista debe aplicar y traducir en su actividad física:
“Generalmente se acepta que el oportunismo no ocurre por casualidad, un pecado, un desliz, o una traición de parte de los individuos, sino un producto social de un periodo completo de la historia. Al significado de esta verdad no siempre se le presta la atención suficiente. El oportunismo ha sido alimentado por el legalismo”. (9)
Lenin, sin embargo, no adopta la cruda posición de que la “ilegalidad”, en el sentido más inmediato de la palabra, nos protege necesariamente del oportunismo. Sería estúpido, mecanicista y contrario a la experiencia histórica del proletariado internacional, asumir que este es el caso; el oportunismo, como corriente dominante ligada a un periodo histórico, está también funcionando en la práctica de las guerras revolucionarias. Más bien, Lenin examina la problemática en un sentido amplio: la legalidad es una corriente fuerte; es una ola que opera bajo las condiciones del imperialismo, presionando para la disolución del proletariado como clase (en el sentido político) dentro de la democracia burguesa. Es contra esta corriente contra la que debemos luchar.
Demos algunos pasos atrás y examinemos el periodo contemporáneo del 2000 a la luz de la firme convicción expresada por Engels en 1852: “La emancipación del proletariado tendrá, también, una expresión militar especial y un nuevo método de guerra específico”. ¿Qué vemos? Un resultado que es simultáneamente complejo y simple. Dos poderes opuestos, dos movimientos contradictorios que no pueden compartir indefinidamente el mismo espacio y, por tanto, tienden a aniquilarse el uno al otro a fin de ser validados por la historia. Dos posiciones opuestas que no están libres completamente la una de la otra.
Estos dos gigantes son el movimiento sindical “burgués” y el movimiento de las masas oprimidas. Para el movimiento sindical “burgués”, que culmina en la fusión con su propio Estado burgués imperialista, no existe un horizonte fuera de la democracia burguesa. Consecuentemente, tampoco existe ninguna revolución en la que reflejarse, de la que aprender, o prepararse para ella y organizarla. El otro movimiento, el movimiento de las masas oprimidas dirigido a través de varios pasos hacia la revolución proletaria y el comunismo, es el marxismo-leninismo revolucionario, y hoy maoísmo, que debe ejercer toda su fuerza a fin de reflejar, aprender, y organizar la revolución-es decir, resolver la cuestión del poder proletario.
El primer vector del movimiento y su ejecución, su vehículo, ha sido durante mucho la disciplina impuesta por el Estado burgués imperialista (el movimiento de protesta legal, las elecciones, los derechos políticos concedidos a cambio del desarme completo del proletariado). El segundo movimiento –el legítimo movimiento revolucionario del proletariado y las masas oprimidas- nos presenta con un desafío considerable, la cuestión de la Guerra Revolucionaria, que es la expresión de su realización como motor de la historia.
En su famosa entrevista en 1988, el Presidente Gonzalo del Partido Comunista del Perú reafirmó la convicción del PCP en la Guerra Popular. “Para nosotros la cuestión es que el Presidente Mao Tsetung al establecer la guerra popular ha dotado al proletariado de su línea militar, de su teoría y práctica militar de validez universal, por tanto, aplicable en todas partes según las condiciones concretas.” (10) Sin siquiera tratar deliberadamente de “cerrar el círculo”, el Presidente Gonzalo estaba respondiendo, 130 años después, a la cuestión que Engels planteó relativa a la expresión militar particular de la emancipación proletaria.
Algunos han tratado, y continúan tratando, esta posición política del PCP como un abuso o una generalización del concepto de la Guerra Popular desarrollado y aplicado por Mao Tsetung y el Partido Comunista de China. Este es el caso de muchas organizaciones marxistas-leninistas del mundo, incluido el Partido Comunista Revolucionario de Estados Unidos, al igual que de partidos y organizaciones que firmaron en 1998 la Declaración General sobre Mao y la Guerra Popular, en la que estos partidos defienden, en todos los países capitalistas desarrollados, una larga lucha legal.
Pensamos que la posición del PCP es correcta, pese a las inexactitudes que contiene y que de todas maneras son inevitables cuando desarrollan y generalizan lo que permanece siendo a fin de cuentas una práctica humana, una práctica consciente. Desde nuestro punto de vista, lo mismo que en cualquier otra actividad histórica que presupone términos concretos, lo que se generaliza, lo que alcanza el nivel de la universalidad, es el conocimiento y la ciencia producidos por la práctica histórica, no las contingencias de la actividad específica en cuestión.
El movimiento comunista actual está en un periodo donde debe reafirmar las bases políticas fundamentales del comunismo revolucionario, a fin de extraer todo lo que ha sido pervertido por el revisionismo y el oportunismo. Lo queramos o no, este es el momento actual del materialismo histórico. En estas circunstancias, nuestro método de estudiar y conocer asuntos relativos a la línea estratégica del movimiento debe implicar ir constantemente adelante y atrás entre la línea política y militar, a fin de fortalecer primero la política y, tras hacerlo, fortalecer la línea militar… y viceversa, fortaleciendo la línea política, y así sucesivamente.
No sirve para nada, y es completamente contrario al marxismo, separar lo político y lo militar y sacar sólo lecciones militares de lo militar. En realidad, sólo sirve para decir algo así como: “esto y esto no es aplicable, por tanto, ¡permanecer en la lucha legal prolongada!”
Durante los años 80 y 90, partidos y organizaciones se han esforzado por aportar lo mejor de sus capacidades al marxismo-leninismo y su orientación fundacional, que es la del Manifiesto –el derrocamiento violento (no por gusto sino por necesidad) de cualquier orden social existente. Pensamos que existen dos fuentes fértiles de este saludable movimiento. Existen partidos comunistas maoístas en varios países dominados por el imperialismo que han desarrollado Guerras Populares en Perú, Filipinas, Turquía, Nepal e India. Estas son luchas titánicas que implican la revocación de un enemigo fuerte y bien preparado, empezando por el oportunismo y el derrotismo en que se apoya. Pese a ello, y precisamente porque es una lucha titánica, debemos contemplar el futuro con optimismo. Las masas transformarán las agudas verdades del maoísmo en victorias decisivas. Los hechos muestran que este cambio ha ya comenzado.
Hoy, el desarrollo de la Guerra Popular Prolongada como línea estratégica de la revolución en muchos países ya supone un mayor desarrollo de la revolución proletaria mundial. Los partidos marxistas-leninistas-maoístas han forjado en el estudio, conocimiento y aplicación de esta línea estratégica, una nueva dirección al movimiento revolucionario. Acumulan una valiosa experiencia. A consecuencia de ello, gozan de más fuerza y confianza en los principios de la lucha. Para estos partidos, como para todas las organizaciones revolucionarias, este crecimiento es crucial. Desbarata todas las quimeras reformistas y pacifistas. Vuelve a enfocarse en la verdad histórica de la lucha de clases y la lucha armada, la forma más elevada de la revolución, tal y como fuera acertadamente descrita por Mao Tsetung.
La otra fuente que ayudó a traer la teoría de la lucha revolucionaria al movimiento comunista fueron aquellos partidos, principalmente en Europa, que desarrollaron una práctica de lucha armada ligada a la revolución proletaria en los países imperialistas. Los comunistas italianos, durante y después de la experiencia de las Brigadas Rojas, las Células Comunistas Combatientes en Bélgica, el Partido Comunista de España (Reconstituido), y algunos otros, han producido una crítica devastadora del comunismo disciplinado por el Estado burgués, y especialmente de la pura ilusión del esquema insurreccional. Estos partidos y organizaciones, no obstante, no poseen la misma comprensión política de la lucha armada; sería erróneo pensar lo contrario. Pero vamos a aumentar nuestro estudio de las posiciones políticas respectivas de estos partidos y organizaciones.
No obstante, es demasiado obvio para nosotros, en estos momentos, que el proletariado de un gran país imperialista pueda en diez, veinte, o los próximos cincuenta años, confrontar directamente a la burguesía que se encuentra en una profunda crisis donde lucha por gobernar adecuadamente, reafirmando por tanto la cuestión del poder político proletario contra la burguesía de acuerdo con aquellos movimientos y partidos comunistas revolucionarios que:
• Se cuidaron de construir su fuerza a través de una combinación clara y meditada de las luchas legales e ilegales, entre otras acciones de propaganda armada, y en todas las fases del desarrollo del partido;
• Iniciaron una larga preparación militar y que se adaptaron adecuadamente a las condiciones específicas del país, aprendiendo como luchar y ganar batallas;
• Desarrollaron actividades diseñadas principalmente a debilitar, quebrar y romper las habilidades de las fuerzas militares y otras fuerzas del Estado encargadas de hacer cumplir la ley;
• Sentaron las bases de un Ejército Rojo popular;
• Emprendieron, junto con las masas proletarias, el establecimiento de un gobierno popular en las principales ciudades del país, desde las que el proletariado pudiera lanzar ataques en su lucha contra el Estado burgués;
• Preparó conscientemente al proletariado para su dirección propia, basada en la confianza absoluta que el Partido tiene en las masas proletarias en todas las fases de la Guerra Revolucionaria contra el Estado burgués.
Notas
(1) Ugo Spagnoli en el libro “Terrorisme et Démocratie”, ed. Sociales.
(2) Ibid
(3) Declaración General sobre Mao y la Guerra Popular, Diciembre 1988
(4) Lenin, La Guerra de Guerrillas, 1906.
(5) Engels, Revolución y Contrarrevolución en Alemania, 1852
(6) Engels, Condiciones y Perspectivas de una Guerra de la Santa Alianza contra Francia en 1852, 1851.
(7) Lenin, La Bancarrota de la Segunda Internacional, 1915.
(8) “Sin la dirección de los obreros, la burguesía no puede permanecer en el poder” (Lenin, Discurso en el II Congreso de la Internacional Comunista: Informe sobre la Situación Internacional y las Tareas Fundamentales de la Internacional Comunista, 1920).
(9) Lenin, La Bancarrota de la Segunda Internacional, 1915
(10 Entrevista al Presidente Gonzalo, 1988.
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